«No saldrá rebotada de su propia casa, dando un portazo, o si lo hace siempre puede volver a entrar y despedir al empleado que la haya mosqueado, como le ha sucedido al bueno de Justin Townes Earle»
Lucinda Williams ha creado su propio sello, Justin Townes Earle sale rebotado de uno que parecía ir de buen rollo. Lo que queda, en todo caso, es el talento.
Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.
—Viernes 5, Lucinda
De una entrevista concedida por Lucinda Williams al «Village Voice», donde recuerda cómo a mediados de los ochenta Sony le ofreció un contrato: «Te dan suficiente dinero para vivir seis meses, y escribes canciones, y luego vas al estudio y cortas las demos. Aquella fue la primera vez que no necesité un trabajo diario, así que estaba flotando».
Por supuesto que luego Sony, y otra media docena de sellos, rechazó a Lucinda, pero tampoco conviene exagerar. Que existiera una infraestructura comercial no garantizaba que acertasen los ojeadores. Al menos, carajo, había estructura y ojeadores. Aparte, durante el reinado de la hombrera y la bufanda a cuadros costaba imaginar el regreso del rock, el country o el blues, siquiera en términos creativos (que no comerciales: todo lo que no sea papilla liofilizada hace tiempo que pertenece al más estricto «underground»). Hoy, qué cosas, Williams, su profunda visceralidad, sus roncos aguafuertes, brillan con hechuras de clásico. Lo que le permite, entre otros asombros, editar un doble el 30 de septiembre, «Down where the spirits meet the bone». Publicado por ella misma, en su propio sello, Highway 20 Records. No sé bien si interpretarlo como una penitencia sobrevenida: treinta años después de la oferta de Sony ha vuelto al trabajo diario más allá de la estricta composición musical. Claro que al menos no saldrá rebotada de su propia casa, dando un portazo, o si lo hace siempre puede volver a entrar y despedir al empleado que la haya mosqueado, como le ha sucedido al bueno de Justin Townes Earle: lo engatusaron los de Communion Records, propiedad de Ben Lovett, de Mumford & Sons, y Kevin Jones, para que grabase con ellos. Siguiendo una noble tradición que va del latrocinio con los bluesmen al contrato firmado por Springsteen en el capó de un coche, antes de que supiera lo que hacía ya había vendido hasta las gafas y un par de tatuajes: había acordado grabar treinta canciones e incluso permitía que le «ayudasen» a hacer el disco. Ergo, aconsejarle con la selección y hasta «opinar» sobre el sonido. Una cascada de twitters asesinos más tarde encontramos a Justin alojado en Vagrant, casa de PJ Harvey, Mark Lanegan y Black Rebel Motorcycle Club. Las ganas de trepar por el escalafón le han jugado una mala pasada al hijo de Steve. Quién puede reprochárselo. A juzgar por su flamante nuevo single parece que en su caso las musas ganan la partida a los abogados y todavía encuentra veneno, quemaduras o whisky donde mojar los dedos.
—Domingo 7, Steve
Escribir sobre Justin Townes Earle me lleva a recordar a su padre, al que solíamos encontrar, muy de mañana, los sábados por el Village. Steve parecía recién salido de «Treme», aunque en lugar de pasar la gorra acababa de comprarse un café en el Starbuck’s. Lo cual no significa en absoluto que los tótems tengan asegurada la jubilación, como demuestra el hecho de que este mismo verano ha ofrecido un curso de composición en Woodstock. Un centenar de alumnos peregrinó para sentarse junto al maestro y escucharle unas cuantas canciones y anécdotas. Regresaron felices, con autógrafos, buenos recuerdos y cero pistas. Imposible aprehender los mapas del tesoro, cómo demonios se escribe un tema que te salte los dientes, aunque supongo que cualquiera que haya pensado seriamente en dedicarse al negociado artístico sabe que la creación se va cociendo sola, a partir del trabajo y la experiencia. No hay trucos o atajos, mucho menos academias. Solo el inevitable se tiene o no se tiene que tantos disgustos ha dado a quienes confundieron sus buenas intenciones, vocación o ganas con el siempre intransferible talento.
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Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: exilio y enfermedades de Joni Mitchell.